viernes, 25 de marzo de 2011

eLeGaNciA bRiTáNiCa



A las escolares del Reino Unido no les interesa la vida y las ideas de los prohombres que apuntalaron el conocimiento y la ciencia de su país. Me acerqué a estas estudiantes con la intención de hablarles acerca de John Dalton, pero huyeron de mi explicación como de la peste.

Eso sí, lo hicieron con gran disimulo, sin grandes aspavientos, y haciendo gala de una prudencia circunspecta y sobria que me atrevería a calificar de muy británica.

domingo, 20 de marzo de 2011

SoY dALTóNiCo


De Londres me apasionan sus museos.

Además de inabarcables, son muy amenos e interactivos. A los escolares que lo recorren, libreta en mano, se les ve encantados, anotando datos que leen en los paneles informativos o que escuchan en un video. Los profesores los dejan danzar libremente por las distintas salas y galerías, pese a ser algunos de estos escolares muy menudos. Viéndoles me pregunté (con bastante escepticismo) si nuestros peques, en una situación parecida, darían muestra de semejante autonomía.



Esta chica está copiando un retrato de Tomás Moro (creo), en la National Gallery Portrait. La profesora les había dejado a sus alumnos elegir el retrato que más les inspirase y ellos se habían puesto manos a la obra, entusiasmados. Mientras ellos dibujaban, la profesora iba observando el trabajo y corrigiendo o aprobando el trazo de cada uno.

Yo quise ser uno de esos alumnos. 

En Londres los escolares visitan el British Museum, la National Gallery o el Natural History Museum. En Tenerife nos llevaban, en cambio, a la fábrica Danone y, con suerte, a la de Coca-Cola.


Pero afortunadamente de pequeño hice un viaje a Londres con mis padres y pude visitar este museo con apariencia de catedral: el Natural History Museum.

Y fue allí donde por primera vez supe que era daltónico.



Al volver hace unas semanas a este museo, le hablé a Olivia de aquella sección, dedicada al cuerpo humano, en la que hacía muchísimos años había sido incapaz de detectar unos números camuflados en un dibujo. Mi madre entonces me había dicho: "Hijo, puede que seas daltónico".

Eso cuadraba bastante con algunas anécdotas. Las discusiones en torno al color de un objeto siempre han sido una constanteen mi vida. Cuando se trataba de verdes, grises o marrones, yo notaba que me faltaba convicción en el modo de distinguirlos, identificarlos y nombrarlos.
Pero mi vida transcurría con total normalidad y aquello no alteraba en absoluto el día a día: no confundía el verde con el rojo en los semáforos, y distinguía claramente los colores puros y no mezclados, como el verde que tapiza el fondo de escritorio de mi blog.

En realidad, nunca llegué a estar seguro de ser daltónico. Aquel experimento había tenido lugar hacía muchísimos años, y no en la consulta de un oftalmólogo, sino en un museo. No había pues evidencia científica de mi daltonismo.




 ¡Hasta que, perplejo, volví a hacer hace unas semanas el test en el Natural History!

Yo iba pasando las diapositivas, mientras tapaba con la funda de la cámara la leyenda explicativa. Olivia entonces me preguntaba: "¿Qué ves?". Y yo decía: "Veo un 9". Y ella insistía: "¿No ves nada más?". Y yo: "Bueno, veo una ligera sombra junto al 9. Me parece un 5 o un 6, no estoy seguro". 

Y entonces leíamos la leyenda: 

"96: Probablemente tienes visión completa del color; 9 y un amago de 6: Probablemente tienes un problema en la percepción del color verde; 6 y un amago de 9: Probablemente tienes un problema en la percepción del color rojo".

¡Yo era daltónico!

No sabía si celebrarlo o entristecerme por ello, pero al menos ya no era una vaga sospecha, sino una evidencia.




Al llegar a casa investigué algo más en torno al mal del daltonismo, y consulté en internet varias cartas de Ishihara (como la de arriba), para confirmar mi diagnóstico.

Y efectivamente, pude comprobar que padezco un tipo de daltonismo por el que no distingo ciertas gamas de verde.

Al parecer, el ojo humano dispone de conos y de bastones. Los primeros son los responsables de la visión del color; los segundos, de la luz. Hay tres tipos de conos: uno sensible al azul, otro al verde y el tercero al rojo. Combinándolos somos capaces de percibir unos 20 millones de colores distintos. En la pigmentación de mis conos encargados del verde hay un defecto, que hace que confunda unos con otros.

El daltonismo es un defecto genético, y es más frecuente en los hombres que en las mujeres. Según la Wikipedia afecta al 8% de los hombres y al 0,5 de las mujeres. Ello se debe a que sólo se transmite por el cromosoma X y a que el alelo por el que lo hace es recesivo (un alelo es dominante cuando "se impone" al alelo contrario y se manifiesta en los rasgos físicos del individuo; si es recesivo, entonces no se manifiesta sino que se inhibe, a no ser que el otro alelo sea también del mismo tipo). Las mujeres tienen dos cromosomas X. Para que una mujer sea daltónica, los dos alelos ligados al rasgo de la visión del color han de ser propios del daltonismo. Esto es bastante poco frecuente. En el caso del hombre, basta con que su único cromosoma X tenga el defecto del daltonismo para que el individuo sea daltónico. Paradójicamente, las mujeres son las únicas que pueden transmitir el daltonismo a su descendencia (debido a que el gen del daltonismo "viaja" en el cromosoma que ella transmite, el X).

Si me he enrollado como una maraca, aquí tienes la explicación de la Wikipedia, más clara y concisa:

"El defecto genético es hereditario y se transmite por un alelo recesivo ligado al cromosoma X. Si un varón hereda un cromosoma X con esta deficiencia será daltónico, en cambio en el caso de las mujeres sólo serán daltónicas si sus dos cromosomas X tienen la deficiencia, en caso contrario serán sólo portadoras, pudiendo transmitirlo a su descendencia. Esto produce un notable predominio de varones entre la población afectada: el daltonismo afecta a aproximadamente el 8% de los hombres y solo al 0,5% de las mujeres".

La Wikipedia habla explícitamente de "defecto". Sin embargo, también dice:

"Aunque la confusión de colores entre un daltónico y otro puede ser totalmente diferente, incluso en miembros pertenecientes a la misma familia, es muy frecuente que confundan el verde y el rojo; sin embargo, pueden ver más matices del violeta que las personas con visión normal y son capaces de distinguir objetos camuflados. También hay casos en los que la incidencia de la luz puede hacer que varíe el color que ve el daltónico".



¿Qué querrá decir con eso de que somos capaces de distinguir los objetos camuflados?


¿Quiere decir eso que estamos mejor preparados genéticamente para encontrar a Wally?

En fin, haciendo virtud de la necesidad, proclamo:

¿Quién quiere poder distinguir 20 millones de colores si luego se pasa toda la tarde buscado a Wally y no lo encuentra?

viernes, 18 de marzo de 2011

AgEnDa VeRdE


Pese a estar ya a mediados de marzo, ayer me he comprado una agenda. 

Mi cabeza y el dorso de mi mano izquierda estaban llenos de recordatorios, apuntes, citas, tareas pendientes, pequeños proyectos que me veo obligado a postergar. Me he dicho: "Tu cabecita necesita un disco duro externo". Así que he entrado en una papelería y he preguntado por una agenda del 2011.

En la foto se puede apreciar que no es exactamente una agenda lo que me he comprado, sino un dietario. La dueña de la papelería no me supo explicar en qué se diferenciaba una agenda de un dietario: en ambos había un calendario inicial, una página en blanco para cada día y un santoral que me informaba que hoy, por ejemplo, es San Cirilo. En las últimas páginas había en cambio un apartado titulado "Resumen del Año". Pensé en las posibilidades literarias de esta sección final y me decidí a llevarme la agenda. Esto es, el dietario.

Ya en casa he sabido por el diccionario que un dietario es un libro de contabilidad, en el que se anotan los gastos e ingresos diarios de una casa. De ahí el apartado titulado "Vencimientos".

Da igual.

Poco importa si es agenda o sucedáneo.

Como le dije a la dueña de la papelería:

-Lo que importa es que es mi color favorito.

 

lunes, 14 de marzo de 2011

HoLiDaYs EnD


La semana pasada me fui a Londres con Olivia de vacaciones.



De las grandes ciudades me gusta el anonimato y la libertad con la que uno puede salir a la calle de cualquier manera. A este individuo (Joe) lo habíamos visto el primer día en Picadilly Circus, ataviado con ropa veraniega (pese al frío) y extravagantemente colorida.



Ello me llevó a querer emularlo, así que me pertreché de una peluca rubio platino y lo perseguí hasta darle alcance.



Joe y yo hicimos buenas migas. Él era consciente de lo estrafalario de su atuendo, así como de las miradas jocosas de los transeuntes con los que nos cruzábamos. Pero lo importante para Joe era sentirse bien consigo mismo y hacerse fuerte en su idiosincracia, en su forma de ser y de pensar. 

Joe se despidió de mí con las siguientes palabras: "Be yourself, my friend"


A la mañana siguiente decidí ir al supermercado con la peluca puesta.



Deseaba sentirme durante esos cinco días como un verdadero londinense. Y esa cabellera blonda me hacía más fácil vivir en la ilusión de que no estaba en Londres de paso, sino que había dejado atrás mi vida de profesor en Lanzarote y que mi sueño de poder vivir en esta ciudad grandiosa volvía a hacerse realidad.


Así que al salir del supermercado decidí pasar todo el día con la peluca puesta y hacer así vida de londinense.




Al principio la gente se me quedaba mirando, extrañada.


A principio la gente me rehuía, temerosa.


Pero pronto llegó un momento en que fui capaz de pasear por entre las calles más concurridas de la ciudad sin apenas llamar la atención. 

Joe me había dicho: "Todo está en tu interior. Sé natural. Sé tú mismo. Los humanos huelen el sentido del ridículo como los perros el miedo. No te dejes amedrentar. No hay nada de lo que avergonzarse. El rubio te sienta genial".


Así que llegó un momento en el que me olvidé de que llevaba una peluca puesta y empecé a fantasear con quitármela frente a un espejo y no reconocerme a mí mismo.


Olivia no conocía Londres así que visitamos los enclaves turísticos de rigor, a condición de que me permitiera hacerlo con mi peluca rubia.


Y sacarme con ella las tradicionales fotografías.




La guardia montada ni se inmutó, permaneciendo impávida ante mi ondulada cabellera oxigenada.


Y así pude disfrutar de la vida de Londres como un verdadero londinense: museos, fish & cheaps, parques enormes, tiendas espectaculares, arquitectura victoriana, gentes de todas las razas, colores y pelucas.


Poco a poco fui entablando relaciones con los nativos, y comprobando que Joe tenía razón: "Si tú estás a gusto, ellos están a gusto".


Fui muy feliz durante cinco días en Londres, aunque cada mañana la cama amaneciera revuelta de largos pelos amarillos. Pero todo lo bueno termina. Mi viaje. Mis vacaciones. Amanecer con Olivia sin horarios  cada mañana.

Hoy volví a despertarme a las 6:23 am para ir a trabajar. Hoy me tocaba quitarme la peluca rubia.



Pero no pude. 

Fui incapaz de hacerlo.

Tuve que presentarme delante de mi alumnos con la peluca rubia puesta.



Seguramente pensarían al principio que estaba loco. Yo trataba de explicar el idealismo trascendental de Kant con la mayor claridad expositiva posible, pero me desconcentraba percibir en la mirada de mis alumnos cierta ironía o guasa contenida.

 

Pero me acordé de Joe y pensé que no había nada de incompatible o incongruente entre mi atuendo y la actividad rutinaria a la que mis alumnos y yo estamos acostumbrados.



Traté de ser yo mismo, y de explicar a Kant lo mejor que sabía, olvidándome de todo lo demás.



Cuando pregunté a mis alumnos acerca de lo que había estado explicándoles me respondieron correctamente.

Ya nadie en clase se acordaba de que alguna vez tuve el pelo corto y castaño, ni de que no soy un londinense de paso en Lanzarote, ni de que me levanto todos los días solo, a las 6:23 am, para ir a trabajar...

viernes, 4 de marzo de 2011

gEnTe CoHeReNtE


El otro día leí en EL PAÍS, en la sección de Cartas al Director, la siguiente reflexión, de un tal David Otero:

Desde hace unos días, vengo viendo en la televisión unos anuncios en los que nos avisan de la importancia del reciclaje de bombillas y nos invitan a realizarlo para mejorar el medio ambiente. Me hace sentir extraño ver como alguien puede impulsar el reciclaje de un elemento fabricado por la industria que creó la obsolescencia programada, que no es más que reducir la vida útil de algo para mantener o aumentar sus ventas.

Si realmente los residuos de las bombillas son tan nocivos para el medio ambiente, en lugar de fomentar su reciclaje, deberían obligar a toda la industria a fabricarlas con durabilidad, y una vez logremos volver a tener bombillas casi perpetuas -hace 100 años era posible, ¿y ahora no?-, creo que podremos hablar de reciclar las que sufran algún fallo no programado. Reciclaje sí, tomadura de pelo no, gracias.

Me gustó la reflexión: concisa, clara y directa. Cargada de razón. Me gustó que lo de la obsolescencia programada comenzase a estar en boca de la gente, a conocerse, a nombrarse sin que sonase a  palabreja extraña o a concepto técnico.  



Por esas fechas estaba corrigiendo un trabajo de una alumna sobre el vegetarianismo. Se trataba de leer un texto en el que se ofrecían argumentos muy buenos en contra de la costumbre que tenemos los humanos de matar animales para comérnoslos. La última pregunta que debían responder los alumnos eran: ¿Te resultan convincentes los argumetos? ¿dejarías de comer carne?

La respuesta de la alumna a esta pregunta era la siguiente:

"No, voy a seguir alimentandome de la misma forma porque algunos vegetarianos como que no comen carne pero ,si se ponen ropa fabricada con pieles animales. O se es vegetariano en todo o se es en nada en la vida .Creo que hay que ser coherente en todos los aspectos"


 Hace unos días el gobierno anunció la medida de reducir el límite de velocidad máxima en España, pasando de 120 km/h. a 110. 

Las críticas de la oposición no tardaron en llegar: que si se improvisaba, que si no apenas se iba a notar, que si Papá-Estado... Aunque no hacía falta escuchar a la oposición para saber de antemano cuál iba a ser su reacción.

Más interesante me parece, en cambio, la reacción no ya de los políticos, sino de los ciudadanos, como tú, como yo, como mi alumna, o como David Otero, el de las bombillas. Escuchando en la radio la "opinión de la calle" decía un ciudadano, notablemente furioso:

"Si es verdad eso de que bajando la velocidad a 110 se ahorra combustible, pues que sean coherentes y bajen el límite a 90 o a 80"

Me sorprendió que también este ciudadano cabreado, como mi alumna, apelase a la coherencia.



 Pero a lo que me recordó el razonamiento del conductor furioso fue a otro repetidísimo por muchos fumadores descontentos con la ley antitabaco que desde el 1 de enero les prohíbe fumar en el interior bares y restaurantes:

"¡Ya que nos prohíben fumar en todos los bares, pues que ilegalicen el tabaco y santas pascuas!" 
Me imagino que habrás oído este mismo argumento hasta la saciedad últimamente. Al fumador agraviado sólo le faltó añadir que eso era lo que exigía precisamente la coherencia...

Te puede parecer que todos estos ejemplos no tienen nada que ver los unos con los otros. A mí en cambio me parece que apuntan a lo mismo.

Estos ejemplos nos enseñan que somos gente coherente.

Somos gente seria, comprometida con nobles causas o ideales. Haríamos cualquier cosa por defender esos valores: el ecologismo, la vida de los animales, el ahorro energético, la salud... Pero al decir "cualquier cosa" me refiero a verdaderas proezas y sacrificios, a empresas titánicas o de largo alcance. Los pequeños gestos, en cambio, las migajitas, los parches... eso no va con nosotros. Mejor no hacer nada antes que hacer tan poco. No debemos conformarnos con medidas tan tímidas. Dejemos pasar estas pequeñas olas de mentirijilla y esperemos a que llegue el gran tsunami, el verdadero giro de timón, el plan maximalista.

Lo demás son simples bagatelas, de gente mediocre, de gente incoherente.